(Especial, VITALIS. 26/enero/2015). Alrededor de 600 millones de personas de más de 170 países vieron por televisión al Miss Universo 2014, un evento arraigado en la cultura popular que desafortunadamente posee una dudosa reputación ambiental.

Para comenzar, las movilizaciones aéreas de las mises al lugar del concurso, contempla importantes emisiones de gases de efecto invernadero. Para que tengan una idea, un viaje de París a Miami puede producir alrededor de 1 tonelada de dióxido de carbono por persona, que multiplicado por el número de concursantes del Miss Universo,  sus acompañantes, y los equipos de producción, superaría cientos de miles de toneladas de este gas de efecto invernadero que contribuye al calentamiento global, sólo en una ruta del viaje.

Qué decir de los vestuarios. Es común observar el uso de tejidos, minerales y hasta plumas, que si bien en muchos casos han comenzado a ser sustituidos por algunos productos más amigables con el ambiente (y por ende no son de origen silvestre), aún siguen estando presentes en los trajes de algunos países, sobre todo en sus “vestidos típicos”, muchos de ellos impregnados de colores con plumas y accesorios de vida silvestre, incluyendo una que otra piel.

Adicional a lo anterior es el consumo de agua en la producción de los vestuarios. Recordemos que son millones los litros de agua usados para producir un metro de tela, incluyendo las etapas del cultivo (dependiendo de su origen), y miles los litros de aguas servidas asociados a su producción y a sus impactos ambientales negativos.

El uso de cosméticos es otro de los puntos sensibles en los impactos ambientales negativos de un concurso de belleza. Recordemos que estos incluyen tintes, jabones, geles, sprays y decenas de otras sustancias que exacerban los atributos de algunas candidatas, pero que llevan consigo dentro de su historia, materias primas extraídas de la misma naturaleza sin criterios de sustentabilidad. Tales sustancias incluyen pigmentos de naturaleza insospechada, y su versatilidad no sólo permite colorear las prendas o el cabello de las mises, sino decenas de otros usos. Entre los pigmentos más comunes se encuentran los biológicos como el onoto, la alizarina, carmesí, añil, púrpura de Tiro y la ftalocianina. Entre los químicos se hallan los pigmentos de arcilla, carbono, cadmio, cobalto, óxidos de hierro, zinc y hasta de arsénico, plomo y mercurio.

Otro aspecto que clama atención en las mises son las carillas dentales, hechas de resina, cerámica o porcelanas. La cantidad de energía, agua y materia prima que se utilizan en su elaboración es inimaginable.

Qué decir de los envoltorios de las comidas rápidas de tantas sesiones de ensayo, los materiales usados en las coronas, el excesivo consumo de luz (mientras más incandescencia y brillo, supuestamente hay más lujo) y la potencia en watts de las largas sesiones de ensayos, previo al espectáculo en sí; sin dejar de lado los patrones de consumo que se disparan en los comerciales, cuyas cuñas de champú, zapatos, ópticas, y ropa, además de decenas de productos “light”, acaparan la atención de la audiencia, además de toda la publicidad asociada a periódicos, revistas y tantas otras piezas promocionales, propias de estas iniciativas.

Más allá de las causas nobles que apoyan estos concursos, como la niñez abandonada, la desnutrición o el Sida, la conservación del ambiente reclama su espacio y debe ser atendido oportunamente.

Por donde se le mire, los concursos de belleza tienen una importante huella ambiental que debe ser conocida, valorada y mitigada.

 

Elaborado por: Diego Díaz Martín, Director Ejecutivo de ONGVitalis Latinoamérica.