Por Lic. Lizbeth Flores Padilla (*)

La supervivencia de todo organismo requiere de un medio físico para su desarrollo. El suelo, superficie de la corteza terrestre, es un elemento natural formado por minerales provenientes de la desintegración de rocas, descomposición de vegetales y animales muertos, y actividad del viento y el agua. Su composición lo convierte en un cuerpo biológicamente activo que ofrece una serie de servicios ambientales tanto para ecosistemas como para los organismos que viven en ellos.

El suelo funciona como hábitat de una gran diversidad de flora y fauna. En urbes, es utilizado como material para construcciones, opera como soporte para estructuras y áreas verdes; por su permeabilidad actúa como medio filtrante para recarga de acuíferos. Además, brinda servicios ambientales intangibles como regulación del clima, ciclos de nutrientes, secuestro de carbono, entre otros.  

La importancia del suelo radica en las funciones, procesos y servicios naturales que se generan en él y en el hecho de que es sobre él donde la vida tiene lugar. Adición a lo anterior, su proceso de formación y regeneración requiere de cientos a miles de años, convirtiéndolo en un recurso no renovable.

Procesos naturales generados por acción del agua y el viento en sus diferentes formas como precipitaciones y tornados, han ocasionado desprendimiento, humedecimiento y desagregación de componentes primarios del suelo, trayendo disminución de su capacidad natural de infiltración y retención de humedad. Sin embargo, uno de los factores que más han contribuido con su deterioro, son las actividades antrópicas entre las que destacan la deforestación, prácticas agropecuarias inadecuadas, explotación de minas, construcción de asentamientos humanos y contaminación por residuos.

Organizaciones nacionales como internacionales han sumado esfuerzos en la lucha contra la degradación del suelo, llevando a cabo programas, métodos y técnicas de conservación tendientes a mejorar y preservar su potencial.

Los trabajos realizados van desde la aplicación de buenas prácticas como separación de residuos, cambios en las formas de cultivo, campañas de recolección de basura, hasta implementación de regulación y creación de tecnologías de limpieza de suelos.

La aplicación de buenas prácticas y mejores técnicas en el manejo de suelos es una labor que nos compete a todos, pues somos quienes más contribuimos con su deterioro y en nuestras manos está el recuperar y conservar el soporte que da sustento a nuestra supervivencia y que nos permite lograr el desarrollo y crecimiento de toda Nación.


(*) Licenciada en Derecho, por la Universidad Autónoma del Estado de México, con experiencia en la rama Administrativo – Ambiental, actualmente estudiante de la Maestría en Tecnologías para el Desarrollo Sustentable. Correo electrónico lizgflopa@gmail.com

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