Los lamentables acontecimientos de Japón nos recuerdan cuán vulnerables somos ante los desarrollos nucleares, que sin negar algunos beneficios con aplicaciones en campos como la generación de energía eléctrica y la salud, también representan grandes riesgos para la humanidad.
Vienen a mi memoria el accidente de Chernobyl (Ucrania, 1988), los genocidios nucleares en Hiroshima y Nagasaki (Japón, 1945) y el hundimiento del submarino K-219 (1986), entre otros, cuyos momentos podemos resumir con palabras como desasosiego, inseguridad, contaminación y muerte.
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