(*) Por Diego Díaz Martín, PhD
No podemos ignorar las señales alarmantes que nuestro planeta nos envía, señales que indican que nuestro actual modelo de desarrollo está llevando a la degradación ambiental y al cambio climático. La acelerada liberación de gases de efecto invernadero y la sobreexplotación de recursos naturales han desencadenado una serie de consecuencias devastadoras, desde eventos climáticos extremos hasta la pérdida de biodiversidad y la desaparición de ecosistemas vitales.
El desarrollo sostenible es la respuesta que hemos buscado, un camino que nos permite avanzar sin poner en riesgo la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Aunque la idea ha estado presente desde hace décadas, su implementación efectiva sigue siendo un desafío. Para que el desarrollo sostenible sea más que una expresión retórica, debemos transformar radicalmente la manera en que concebimos el crecimiento económico, la producción y el consumo.
La economía circular emerge como una brújula en este camino de transformación. Esta estrategia propone un nuevo paradigma económico, en el cual los recursos se utilizan de manera eficiente y se les da una segunda vida. En contraposición al modelo lineal de “extraer, fabricar, usar y desechar”, la economía circular busca cerrar los ciclos de materiales y energía. Reutilizar, reciclar y regenerar se convierten en acciones fundamentales para reducir la presión sobre los ecosistemas y limitar las emisiones de carbono.
Uno de los pilares esenciales a impulsar es la Acción por el Clima, que implica entre otros elementos, la transición hacia fuentes de energía limpias y renovables. La dependencia de los combustibles fósiles es una de las principales causas de la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera. La inversión en energías verdes, como la solar y la eólica, no solo reduce la huella de carbono, sino que también contribuye a la creación de empleo y a la resiliencia de las comunidades locales.
La movilidad sostenible es otro elemento clave en esta ecuación. La transición de los vehículos de combustión interna a opciones eléctricas o a hidrógeno es esencial para reducir la contaminación atmosférica y la emisión de gases de efecto invernadero en áreas urbanas. Al mismo tiempo, el fomento del transporte público eficiente y la promoción de la movilidad activa, como caminar o andar en bicicleta, contribuyen a disminuir la congestión y a mejorar la calidad del aire.
La agricultura y la alimentación también desempeñan un papel fundamental en la lucha contra el cambio climático. La producción intensiva de carne y la deforestación para la expansión agrícola son causas significativas de emisiones de gases de efecto invernadero.
La adopción de prácticas agrícolas sostenibles, como la agroforestería y la agricultura regenerativa, puede no solo reducir estas emisiones, sino también mejorar la resiliencia de los sistemas agrícolas ante eventos climáticos extremos.
La acción climática y el desarrollo sostenible no solo son necesidades apremiantes, sino también oportunidades invaluables. La inversión en energías limpias, la adopción de tecnologías sostenibles y la implementación de prácticas empresariales responsables pueden generar empleo y estimular el crecimiento económico, al tiempo que salvaguardamos el ambiente y las condiciones de vida de las generaciones futuras.
La Acción por el Clima también implica un cambio en la mentalidad y en los comportamientos individuales. La toma de decisiones cotidianas, como el consumo responsable y la reducción de desperdicios, puede tener un impacto colectivo significativo. La educación y la concienciación juegan un papel crucial en este proceso, empoderando a las personas para que se conviertan en agentes de cambio y defensores del planeta.
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(*) Fundador y Director General de Vitalis. Académico universitario de la Red de Universidades de Anahúac en México. Contacto: www.linkedin.com/in/ddiazmartin
