Pocos espectáculos internacionales llaman tanto la atención de la gente común, como los concursos de belleza. No en vano se habla que durante la transmisión del Miss Universo y el Miss Mundo, al menos 600 millones de personas están conectadas al televisor siguiendo sus incidencias.
Sin embargo, pocos nos hemos detenido a pensar las implicaciones ambientales de estas iniciativas, que encierran decenas de detalles con una huella negativa sobre nuestro medio, y que bien vale la pena analizar.
Comencemos por las movilizaciones de las “misses” al lugar del concurso. Para que tengan una idea, un viaje de Nueva York a Paris puede producir alrededor de 962 kg de Dióxido de Carbono por persona, que multiplicado por el número de concursantes, sus acompañantes, y los equipos de producción, superaría varios cientos de miles de toneladas de este gas de efecto invernadero, sólo en una ruta del viaje.
Qué decir de los vestuarios. Es común observar el uso de tejidos, minerales y hasta plumas, que si bien en muchos casos han comenzado a ser sustituidos por algunos productos más amigables con el ambiente, debido a la presión de los grupos conservacionistas, aún siguen estando presentes en las muestras de los países, sobre todo en sus trajes típicos. Recordemos que son millones los litros de agua usados para producir un metro de tela, incluyendo las etapas del cultivo (dependiendo de su origen), y miles los litros de aguas servidas asociados a su producción y a sus impactos ambientales negativos.
El uso de cosméticos es otro de los puntos sensibles en la huella ecológica de un concurso de belleza. Recordemos que estos incluyen tintes, jabones, geles, sprays y decenas de otras sustancias que exacerban los atributos de sus candidatas, pero que llevan consigo dentro de su historia, materias primas de orígenes muchas veces silvestre. Tales sustancias incluyen pigmentos de naturaleza insospechada, y su versatilidad no sólo permite colorear las prendas o el cabello de las misses, sino decenas de otros usos. Entre los pigmentos más comunes se encuentran los biológicos como el Onoto, la alizarina, carmesí, añil, púrpura de Tiro y la ftalocianina. Entre los químicos se hallan los pigmentos de Arcilla, Carbono, Cadmio, Cobalto, Oxidos de Hierro, Zinc y hasta de Arsénico, Plomo y Mercurio.
Qué decir de los envoltorios de las comidas rápidas de tantas sesiones de ensayo, los materiales usados en las coronas, el excesivo consumo de luz (mientras más incandescencia y brillo, supuestamente hay más lujo) y la potencia en Watts de de las largas sesiones de ensayos, previo al espectáculo en si; sin dejar de lado los patrones de consumo que se disparan en los comerciales, cuyas cuñas de zapato, ópticas y ropa, además de los productos “ligth”, acaparan la atención de la audiencia, además de toda la publicidad asociada a periódicos, revistas y tantas otras piezas promocionales, propias de estas iniciativas.
Por donde se le mire, los concursos de belleza tienen una importante huella ambiental que debe ser valorada y asumida. Sin embargo, pocas veces se ve a las organizaciones involucradas favorecer el desarrollo de programas ambientales, o al menos, organizar una intensa jornada de reforestación con las misses, para minimizar sus emisiones mediante la captación o secuestro de Carbono.
Con todo lo anterior, quiero dejar claro que no estoy en contra de los concursos de belleza, pues he tenido la oportunidad de conocer algunas mises y “Reinas”, y valoro su condición y vocación en una profesión tan digna como tantas otras.
Sin embargo, más allá de las causas nobles que apoyan, como la niñez abandonada, la desnutrición o el sida, la conservación del ambiente reclama su espacio. Qué bonito sería que en cada concurso se hiciera una actividad ambiental ejemplarizante para todo el mundo. ¿Se imaginan que el mensaje educativo llegue a más de 600 millones de personas?
(*) Diego Díaz Martín, Presidente de VITALIS
Twitter: @ddiazmartin
Email: ddiazmartin@vitalis.net