Consecuencias ambientales de la guerra: nadie gana, todos pierden.

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Por. Dr. Diego Díaz Martín (*). @DDiazMartin

Las aspiraciones Rusas en Ucrania y el conflicto Israel-Gaza-Palestina-Irán encienden las alertas del mundo entero, en especial de Europa. En las guerras nadie gana y todos pierden, incluyendo el medio ambiente.

Los efectos negativos de las guerras los sentimos principalmente en los seres humanos. Son ellos quienes experimentan las mayores pérdidas. Muertes, mutilaciones, discapacidad permanente, desnutrición, enfermedades físicas y hasta abuso sexual, son prácticas observadas en muchas guerras.

A lo anterior debemos sumar los efectos reconocidos por la Asociación Psiquiátrica Mundial, que incluyen aumento en la incidencia y prevalencia de los trastornos mentales, tales como estrés postraumáticos y ansiedad, en los cuales mujeres, niños, ancianos y discapacitados, suelen llevarse la peor parte.

Como si esto fuera poco, los impactos ambientales negativos de la guerra se sienten también en la naturaleza, inclusive, mucho antes que los conflictos comiencen.

La construcción de instalaciones militares y la extracción de materia prima para elaborar el armamento, vehículos militares, uniformes y en general de toda la infraestructura bélica, demanda agua, energía y materia prima para sistemas usualmente ineficientes, con grandes contribuciones de gases de efecto invernadero, por citar solo algunos de sus impactos más significativos.

Sin embargo, y como es de esperar, las mayores consecuencias medioambientales de la guerra ocurren durante su desarrollo, aunque pueden variar. Hay guerras breves pero muy destructivas, así como muy largas, de menor intensidad e impacto ambiental.

Los conflictos de alta intensidad requieren y consumen grandes cantidades de materia prima, demandan altos volúmenes de combustible generadores de gases de efecto invernadero, destruyen considerables extensiones urbanas y silvestres, incluyendo ecosistemas frágiles y protegidos, y generan cantidades extraordinarias de residuos y escombros que contaminan los suelos, el aire y el agua.

Producto de las movilizaciones militares y del uso de artefactos explosivos, se pueden destruir los sistemas de recolección, tratamiento y disposición de agua, así como también, interrumpir el suministro de energía permanente y seguro, proliferando generadores altamente contaminantes.

Asímismo, el uso de sustancias tóxicas contribuye al deterioro ambiental, como sucedió con el uso del herbicida “Agente Naranja” sobre bosques y manglares cuyos efectos aún se sienten en Vietnam, o como ocurrió con los bombardeos de plantas químicas en diversas guerras del mundo.

Adicionalmente, las movilizaciones de personas producto de las guerras, producen acumulación de residuos, deforestación, erosión del suelo, cacería sin control, y muchos otros impactos ambientales, llegando inclusive a desplazar especies autóctonas como el antílope ruano y el eland, especies consideradas extintas debido al conflicto de Ruanda.

A lo anterior se unen las especies invasoras, aquellas que colonizan nuevos espacios al colarse en embarcaciones y unidades militares, como sucedió con algunos roedores que mermaron las poblaciones de pinzón y raszón de Laysan, entre otros efectos sobre el medio natural.

Ninguna guerra puede justificarse para lograr la paz. La paz es el camino, como dijo una vez Gandhi.

Sea cual sea la guerra que se analice, en un conflicto bélico, nadie gana y todos perdemos.

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(*) Biólogo, Maestro en Gerencia Ambiental y Doctor en Ingeniería. Académico del Tecnológico de Monterrey y la Red de Universidades Anáhuac de México, y la Universidad de Lodz en Polonia. Fundador y Director General de Vitalis.

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