Por Antonio Veiga (*)
Con la COP30 concluida en la Amazonía, cuyo foco previo estaba en el trayecto de la COP21 a la COP29, se hace necesario plantearse una nueva pregunta: ¿el Acuerdo de París se refuerza o se debilita?
La respuesta es matizada. Belém deja avances en financiación para la adaptación, en la conservación de bosques y la visibilidad de los pueblos indígenas, así como un énfasis renovado en la transición justa. Pero también evidencia la distancia entre lo que la ciencia exige y lo que la política se atreve a acordar.
1. Nueva arquitectura financiera
La COP30 trató de reordenar el mapa del dinero climático. Los países acordaron triplicar la financiación para la adaptación, pero los informes de Naciones Unidas estiman que los países en desarrollo requerirán más del doble de esa cifra. El esfuerzo comprometido sigue por debajo de la mitad de lo necesario para proteger a las poblaciones vulnerables.
En pérdidas y daños se revisó el Mecanismo Internacional de Varsovia y se reforzó el vínculo con la Red de Santiago y el Fondo de Pérdidas y Daños. La arquitectura para conocer, asistir y financiar está más clara, aunque los montos continúan siendo modestos frente a los impactos que ya se registran.
2. Amazonía, bosques y pueblos indígenas
Brasil logró que la COP30 girara en torno a los bosques tropicales. En Belém se lanzó el Tropical Forests Forever Facility (TFFF), mecanismo destinado a ofrecer financiación a países que conserven sus bosques. Aspira a funcionar como un gran fondo climático, destinando una parte relevante de sus desembolsos a territorios indígenas y comunidades locales.
La conservación de bosques empieza a tratarse como un servicio global sujeto a pagos estables. La cumbre dio mayor visibilidad a pueblos indígenas y comunidades tradicionales, reforzando la idea de que la demarcación de territorios y el reconocimiento de derechos constituyen políticas climáticas tan relevantes como las inversiones en energías renovables.
3. Giro social del clima y grandes ausencias
La COP30 también impulsó un Mecanismo de Transición Justa orientado a que la transformación de los modelos energéticos y productivos garantice empleo decente, protección de comunidades dependientes de actividades intensivas en carbono, igualdad de género y derechos de pueblos indígenas. Paralelamente se avanzó en el Objetivo Global de Adaptación con indicadores voluntarios para medir resiliencia y reducción de vulnerabilidades.
Las grandes ausencias se ubican en la mitigación. El texto final no incorpora una hoja de ruta vinculante para abandonar los combustibles fósiles ni un plan firme para la deforestación cero en 2030. El Acuerdo de París permanece como referencia central, pero cada vez más como mínimo denominador político, mientras la ambición se desplaza hacia tribunales, bancos de desarrollo, empresas y coaliciones dispuestas a ir más lejos.
Belém no cierra el ciclo abierto en 2015, pero lo redefine: el éxito del Acuerdo de Paris dependerá de que estos marcos se traduzcan en cambios concretos en territorios, presupuestos y estilos de vida.
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(*) Doctor en Educación Ambiental, consultor en sostenibilidad y calidad educativa, especialista en rankings universitarios y análisis de datos. Colaborador de Vitalis. www.linkedin.com/in/drantonioveiga
